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miércoles, 8 de junio de 2011

Damas y caballeros; bienvenidos al circo de los horrores.

Entre las callejuelas de mi pequeña villa, se oye hablar de un lugar mágico, especial... O quizá no tanto. Hablan de un circo que se alimenta de tristeza, de miedo, de rabia. Un circo en el que los payasos no son más que simples marionetas sin alma, que se han vendido al diablo por miedo a seguir viviendo. Hablan de personas con el corazón roto que ahora danzan inertes entre espectáculo y espectáculo. Hablan de seres desconocidos que se hacen grandes gracias a nuestras angustias. Dicen, que una vez que entras y se te han llenado los sentidos con sus voces, empiezas a cambiar. Y no te quieres ir, prefieres quedarte allí, porque allí nada te da miedo, sino que eres tú el que lo da, y entonces, sin quererlo, se apaga la luz, se levanta el telón y, inconscientes, somos partícipes de la nueva función de este circo que se ríe a nuestra costa, porque tenemos miedo de reírnos de nosotros mismos.

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